viernes, 13 de noviembre de 2009

El Alquimista y el Sabio

He encontrado la formula de la felicidad, del amor y de la buena fortuna.
Solo debes mezclar en tu vida ciertos elementos - anotó el alquimista en un manojo arrugado de papeles sucios, que hacían las veces de libreta de formulas.
Esa noche, estaba especialmente inspirado: los cuervos graznaban, la lluvia danzaba junto a la tormenta fuera con la ira de mil dioses altaneros, orgullosos de si mismos, ególatras… vengativos. Dentro de su cueva, y para su mayor deleite, el frió le calaba hasta los huesos. No es ironía decir, que no había nada mejor que aquello.
Comenzó a anotar un tanto presuroso, la magia no es un tema de tomarse a la ligera: “la ciencia de la vida es simple; añádele un tanto de conocimiento, otro tanto de valores, actitud, y fe.” Tras anotar, el alquimista pronunció las palabras secretas, y tras beber la pócima de la vida para la felicidad y el éxito el… el… ¡se sentía tan normal!
¡oh no no no! – exclamó exaltado por el fracaso. Afuera la tormenta parecía cobrar más y más energía, el alquimista, intento reflexionar: “He pronunciado correctamente las palabras, el conocimiento lo tengo, soy un ser virtuoso, mi actitud es la correcta, incluso de ello estoy muy seguro… ¡y de verdad creían en que esto iba a resultar!”
Sin paciencia, decidió salir de su lúgubre caverna, y visitar a su vecino, el sabio.
El sabio, que por ser sabio sabía la ciencia del saber de la sabiduría de la vida, al conocer el enredadísimo, aun que simple problema de su vecino, calmadamente le contestó: “El reparo a tu fracaso, como todo en tu vida, debes encontrarlo en ti mismo. No sé que buscas acá afuera, entre tantos hechizos y formulas, siendo que todo lo que siempre haz buscado, se encuentra dentro de ti. ¿Qué pretendes hacer con tanta felicidad, amor y suerte… si aún no sabes lo que quieres?”
El alquimista, entre desconcertado e iracundo le responde: “¿¡Qué sabes tu de mi!?
El sabio, con un temple envidiablemente meditabundo, replica: “¿Y qué sabes tú de ti mismo?”

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