viernes, 13 de noviembre de 2009

Dame un segundo…

Soy un tipo tranquilo, o al menos creo serlo.

Hoy como es de costumbre me he levantado temprano, y como todos los lunes, solemnemente ingreso al cuarto de baño, dejo correr el agua por unos segundos para compensar en mi rostro el frió impreso por la noche, que ha devorado algo más que mis ansias de salir a enfrentar el día.
De desayuno, me sonríe un rico pan con "algo" y una leche que debo precalentar a microondas suave, acompañan el festín un par de galletas que rápidamente me encargo de depredar (existe esa palabra?... que importa !) mientras mi mente vuela lejos, fuera de casa, observando por la ventana.
¿Que observo? pues... nada. O más bien de todo. El frió hace estragos fuera en el pasto... y lo miro. Miro al perro que a su vez me mira con cara de "yo no he hecho nada, baboso!" (y yo, a mi vez, pienso lo mismo). Miro que... la hora me alcanza.

Tomo mi mochila, generalmente cargada da textos; papeles que debo leer, de esos bien lindos que intentan explicarte las ideas que se le han ocurrido a otras personas sobre si mismos, y en ese sentido, las han generalizado al extremo, llegando a crear un "para todos!" ... Y otros que no. Abro lentamente la puerta y me lanzo al exterior, cual ave emprende el vuelo y abandona el nido en contra de su voluntad.
Camino un par de cuadras, la gente viene y va rápidamente, así mismo y rápidamente busco una mirada que conteste el llamado de la mía... que contraste los sentimientos que mis ojos cargan como toda fría mañana de lunes... pero nos cuesta tanto mirarnos a los ojos! Paso por la estación de trenes, saludo al señor guardia (personaje rechoncho) que saluda siempre y cuando él lo desee. Generalmente no.
Subo al tren y ahí estoy yo, entre todos, un “nosotros” particularmente particularista.

Me bajo del veloz, paseo por las calles donde la gente nuevamente viene y va a velocidades increíbles... tropiezan contra mi hombro, ellos... los de las vidas agitadas. Se cruzan y entrecruzar sin mirarse por las avenidas de rutinas tan repetidas, que realmente no se si notarían la diferencia, si algún día se me ocurriese sustituirme por una maquina... un robot.


“El espectáculo más ridículo para mí es el de andar apresurado por todo, el que ofrece un hombre que se mata trabajando y buscando comida (…) ¿Qué arreglan con sus prisas esos hombres? ¿No les ocurre acaso lo que a aquella mujer que, al declararse un incendio en su casa, en su prisa salvó las tenazas de la lumbre? ¿Qué otra cosa salvaron ellos del gran incendio de la vida?”

[Sören Kierkegaard]

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